domingo, 15 de diciembre de 2013

El difícil oficio de no hacer nada.


Cuando hace 4 años y medio decidí tener mi primer parto en casa y tuve la osadía de comentarlo sin tapujos ante mi familia y amigos, hube de soportar diversas miradas y comentarios. Es cierto que tenía la opción de no decir nada (conozco mucha gente que lo hace, demasiada presión pasamos muchas mujeres en nuestro embarazo como para encima ponernos esa presión “popular” encima), y yo lo entiendo, pero también es cierto que me gusta reivindicar y visibilizar mis actos “revolucionarios”, como ahora en mi maternidad (que ya verás tú, lo revolucionario que resulta ser parir y criar como se ha venido haciendo durante casi toda la vida). Pero bueno, una es así, aunque ha aprendido a elegir sus batallas, en estas ocasiones luzco mi bandera partoactivista o lactivista.
Muchas personas que me quieren “bienintencionadamente” me intentaban convencer para no parir mi primera hija en casa, para esperarme “aunque se al segundo parto, mujer, que tú no sabes lo que es eso”. Yo, que estaba plenamente convencida de mi elección y siempre tuve el apoyo de mi pareja agradecía el consejo y negaba con la cabeza mientras pensaba: “Sí, claro, lo mejor es tener un primer parto en el hospital para jugar a la lotería de la matrona buena o la matrona chunga y si te toca la chunga que te corten, te insulten, te vejen y luego buscar un segundo parto de redención en casa para sanar mi herida emocional y física”. Os lo digo así, sin tapujos, porque es lo que pensaba. Y siento si a alguien le molesta, estoy siendo sincera con mis sentimientos en aquel momento.
Tras el éxito del parto en casa de una primeriza (cosa que llamó mucha la atención), lo siguiente que me preguntaron fue que qué hicieron mis matronas en mi parto. “Nada”, dije. Allí  ya se armó la grande. El parto en casa en España no está cubierto por la seguridad social y muchas personas no podían creer que yo hubiera pagado a alguien para que no hiciera “Nada”.
Pero es que eso es exactamente lo que tenían que hacer.
La ciencia y la naturaleza nos muestran cada vez más claramente la evidencia de que el proceso fisiológico de parto evoluciona mejor cuanto menos es molestado.
Es más, se ha intervenido en el parto bajo la excusa de que era necesario, cuando resulta ser al revés. Es decir, no es que pasen cosas y por eso se interviene, es que pasan más cosas cuanto más se interviene. Cada vez que se cambia un límite protocolario (se bajan los niveles de bradicardia fetal, se aumenta el tiempo permitido para expulsivo…) o se adecúan actitudes (estar expectante con estreptococo desconocido, hacer piel con piel tras cesáreas…) me convenzo más de esta afirmación que escuché a una matrona muy experimentada y muy querida por mí.
Mucha gente me dice también que fui afortunada tuve en mi parto en casa, que  yo tuve la “suerte” de que todo saliera bien. Yo agradezco cada día al universo por mis dos magníficos partos y  mis dos sanísimas hijas, pero a la vez estoy segura de que esta “suerte” es en parte producto del trabajo personal que llevo realizando durante toda mi vida (y que aún continúa y continuará) y de que precisamente mi parto fuera en casa y se tomaran como “normales” cosas que en un hospital podrían no serlo.
Así que agradezco por enésima vez a mis matronas por poner en práctica el dífícil oficio de no hacer nada y escuchar mis tiempos y los de mis bebés como las grandes profesionales y personas que son. Les pagaría infinitas veces por ello.
Porque no hacer nada es confiar en la fuerza del maravilloso milagro de la vida.
No hacer nada es permitir que este milagro, por si mismo, suceda.
Ojalá los partos estén cada vez menos determinados por las gráficas de unos monitores y más por la fuerza de las mujeres.
Leído en facebook: Pariendo un mundo mejor.
Publicado en: Del útero a tus brazos.