martes, 28 de mayo de 2013

Dar la bienvenida a la menstruación.




Imagina que eres una niña de trece años. Vamos a hacer un breve recorrido por diferentes culturas del mundo para conocer algunas maneras de celebrar tu primera menstruación.

Imagina que eres una niña Apache. El día que empiezas a menstruar, te sientes muy orgullosa porque sabes que todo el pueblo va a celebrarlo contigo. Vas a la cabaña de tu madrina con una pluma de águila para darle la noticia. Ella te va enseñar todo lo que necesitas saber para convertirte en mujer. Primero vas a una cabaña especial, y te quedas sola durante un tiempo. Haces un ayuno para limpiar tu cuerpo. Cuando estás lista, tu madrina te explica que te ha bajado la regla porque ahora eres fértil y podrás tener tus propios hijos. Te enseña muchas cosas sobre la menstruación, la fertilidad, la sexualidad, la contracepción y los rituales femeninos.  Mientras estás aprendiendo con ella, las mujeres te hacen un vestido especial. Tu madrina te prepara para tu ceremonia, enseñándote un baile especial. Por ultimo, hay una gran celebración con toda tu comunidad. Recibes muchos regalos y bendiciones, y después, como “dadora de vida”, das tus bendiciones a la tribu.

Ahora vamos a la tribu Aiary, en Brasil. Cuando anuncias la llegada de tu primera menstruación, toda tu familia y tus amigos se juntan contigo. Tu madre corta simbólicamente tus trenzas de niña, y todos te piden un pelo para la buena suerte. Durante un mes, hasta tu próxima menstruación, solo puedes comer pan y pescado, para purificar tu cuerpo y tu mente. Al llegar tu segunda regla, tu padre se levanta al amanecer y canta una canción especial, invitando todo el pueblo a una fiesta donde puedes comer todo lo que quieras!

Continuamos nuestro viaje, cruzando el océano Atlántico. Llegamos a Nigeriaa la tribu Tiv.  El día de tu primer período, tu comunidad te ve como dadora de fertilidad y portadora de buena suerte. Caminas sobre todos los campos de tu pueblo, bendiciendo el suelo y propiciando una gran cosecha. Durante una ceremonia en tu honor recibes un tatuaje de fertilidad bajo tu ombligo. A partir de ahora lo enseñas orgullosamente a todo el mundo, mostrando que ya no eres una niña.

Ahora cruzamos el Océano Índico y acabamos nuestro recorrido en Sri Lanka. Aquí tomas un baño especial el día que llega tu primera regla. Con ello dejas de ser niña y sales del baño como mujer joven. Llevas un vestido blanco, el color de la iniciación. Tu familia prepara una celebración en la que recibes muchos regalos y deseos para una vida feliz, sana y próspera.

Volvemos a la cultura occidental. Aunque vivimos en un contexto completamente diferente, podemos encontrar en estas historias ideas e inspiración para este momento tan importante en la vida de una niña. Algunos de estos ritos todavía se practican hoy, otros se han perdido. Sería fácil romantizarlos, y ni siquiera sabemos exactamente como estas niñas han vivido estos acontecimientos. Pero lo cierto es que en la sociedad moderna empezamos la menstruación con presupuestos y actitudes muy distintas.

A través de varios grupos de mujeres de Inglaterra, Canadá, Estados Unidos y el Estado Español interesadas en redescubrir la mujer, hemos compartido nuestras primeras experiencias de la menstruación. Salvo unos padres que abrieron una botella de cava, todo el mundo a nuestro alrededor respondió con una mezcla de vergüenza, secreto y trivialidad – cuanto menos se hablara de ello mejor, excepto para darte algunas toallitas sanitarias. Sentimos una gran falta de información, y una gran falta de reconocimiento del cambio que estaba sucediendo dentro de nuestros cuerpos y emociones. A la vez sentimos ilusión, curiosidad, excitación, orgullo, confusión, miedo, tristeza y pena. Todas sabíamos intuitivamente que algo estaba muriendo —que de alguna manera era el fin de la infancia y se abría un mundo nuevo y desconocido. En los momentos de transición en la vida, como el nacimiento y la muerte, los seres humanos siempre necesitamos reconocer y honrar estos cambios en un entorno social con algún tipo de rito.

En el caso de la primera menstruación, es un acontecimiento que en nuestra sociedad vivimos de una manera muy solitaria, sobre todo porque la menstruación en sí se ve como algo desagradable, inconveniente y que preferiríamos que no existiera. Al mismo tiempo, hay una creciente voluntad de que nuestras hijas, que las niñas de la próxima generación lo vivan de una manera diferente —que se sientan más preparadas y más acompañadas. El valor que asignamos a la primera menstruación está relacionado con el valor que nos asignamos como mujeres. Siempre llevamos la memoria de esta experiencia con nosotras, e influye de una manera profunda sobre nuestra autoestima y nuestra salud.


Claves para mejorar la relación con la menstruación.

Al transmitir el valor y los dones del ciclo menstrual a las niñas, tenemos una gran oportunidad para reconciliarnos con la menstruación y descubrir su tesoro escondido. Quiero compartir y recomendar dos cambios que me han ayudado durante los últimos siete años a transformar profundamente mi relación con mi propia menstruación, y por tanto, con mi naturaleza femenina. El primero fue el hecho de observar y anotar las diferentes etapas de mi ciclo menstrual a través de un “diagrama lunar”. El segundo fue dejar de usar tampones y compresas desechables, sustituyéndolas por productos reutilizables.

Cuando una amiga me dio un calendario lunar y sugirió que empezara a apuntar el primer día de cada regla para ver en que fase estaba la luna, no vi qué relación podía haber. Pero me pareció algo más que una coincidencia cuando me di cuenta de que el ciclo medio de cada mujer es de 29,5 días, exactamente el mismo tiempo que tarda la luna en girar alrededor de la Tierra.  La palabra menstruación viene del latín mens, “mes”, palabra a su vez derivada de la raíz indoeuropea me-, relacionada con “luna” y “mes” (en inglés moon month) y también con “medir” (pues los ciclos de la luna fueron la primera forma de medir el tiempo). Cuando un grupo de mujeres viven y trabajan juntas, suelen menstruar al mismo momento, sea con la luna nueva (lo mas común) o con la luna llena.

Al principio, sólo era consciente de sentirme muy irritable y sensible unos días antes de la menstruación, y notaba por supuesto la regla, que era para mí una gran molestia, porque era muy dolorosa durante dos o tres días. Poco a poco empecé a ser más consciente de mi estado de ánimo, mis deseos, mis sueños, mi nivel de energía, y mi sexualidad durante todas las diferentes fases de mi ciclo menstrual, y, a la vez, de su conexión con la luna. Esto es muy tangible, por ejemplo, cuando el principio de un nuevo ciclo, después de la regla, coincide con la luna creciente: siento una energía renovadora y fresca, inspiración y claridad mental, al mismo tiempo que la luna se está renovando. Cuando me acerco a la ovulación, muchas veces me siento más sociable, sexual, abierta y creativa, muy explícitamente si la luna está llena, y de una manera mas interna si la luna está nueva. Después de la ovulación, empiezo a percibir más mi lado interno y suelo tener menos energía. Surgen los famosos malos humores de la etapa pre-menstrual, que ahora entiendo cada vez más como una oportunidad de afrontar desequilibrios en mi vida, sombras y heridas que desde mi inconsciente piden mi atención, para sanar y traspasarlas.

Ahora cuando viene la regla, siempre que es posible, creo un espacio acogedor para retirarme del mundo, para soñar, escribir, pintar o estar en silencio, reflejando la luna menguante y oscura que también se esconde del mundo. En muchas tribus cuando las mujeres menstruaban al mismo tiempo, se retiraban a un recinto especial a pasar su sangrado, mientras los hombres y las ancianas hacían sus tareas. Se le consideraba el tiempo en que una mujer se encuentra en el nivel más alto de su poder espiritual, por lo cual la actividad más apropiada era descansar y acumular sabiduría. Si creamos tal espacio, puede ser un momento muy creativo, intuitivo y transformador, en el que dejamos el ciclo pasado, limpiamos nuestro útero y nos preparamos para otro.

Sin embargo, vivimos en una sociedad altamente masculina y linear, en que la realidad laboral y individualista hace muy difícil que las mujeres descansen durante unos días al mes como sus cuerpos lo piden. Dentro de lo posible, es una oportunidad para apoyarnos entre mujeres y recibir el apoyo de nuestras familias, para que podamos retirarnos una vez al mes y seguir el ritmo de nuestros cuerpos, o por lo menos ir más despacio, y reconocerlo y honrarlo como un estado especial.

Para muchas mujeres que conozco, la experiencia de la menstruación también ha cambiado significativamente desde que no utilizan ya los tampones y compresas convencionales. Solo el hecho de tirarlos en la basura refleja el profundo desprecio de nuestra cultura hacia la sangre menstrual, que es vista como algo básicamente sucio y desagradable. Cuando me di cuenta de que estos productos contienen dioxinas y materiales sintéticos que dañan a la vez mi salud y la del planeta, vi que podía reutilizar una esponja marina especial y una copa menstrual de silicona para recoger mi sangre. El hecho de tener contacto directo con tu sangre al lavar la copa o la esponja en agua me hizo afrontar muchos prejuicios y pensamientos negativos. Pero con el simple acto de verter este líquido rojo en la tierra de las plantas, entendí que las células que mueren en mi útero y son transportadas en la sangre menstrual son un alimento para la tierra, lleno de hierro y otros nutrientes. Los mismos ciclos de la naturaleza —las estaciones, la luna, el sol— están reflejados dentro de mi propio cuerpo. Lo que muere da a luz. Ahora no es algo repugnante, sino símbolo de mi fertilidad, de mi esencia femenina, y de mi conexión con la tierra.  Cuanto más la menstruación sea normal y apreciada en nuestra vida familiar, más preparadas se sentirán nuestras hijas, y también nuestros hijos, para el día que llegue la primera regla.


Celebrar la primera regla de nuestras hijas.

Hoy en día hay mucha variación entre las edades de la primera menstruación de una niña —desde los ocho hasta los quince años— y su experiencia y lo que querrá hacer dependerá mucho de su edad y de su carácter. Huelga decir que lo importante es que sea tal como ella decida, y que hemos de evitar imponer inconscientemente lo que nos ha faltado a nosotras. Hay ideas en las historias del principio y en muchas otras culturas que podemos adaptar a la realidad de niñas de hoy. Se pueden poner en práctica el mismo día del primer período, durante el primer mes, o con la siguiente luna nueva. Si es posible hablarles de ello con antelación estarán más preparadas.

Algo muy sencillo y muy bonito que vemos en todas las celebraciones tribales es el simple hecho de ofrecer un regalo a la chica, o que escoja uno —por ejemplo un ramo de flores, una joya (como una piedra roja o una piedra de la luna), un pañuelo rojo, una vela roja, una caja especial, un diario, o una pulsera con la fecha inscrita… lo que le guste a ella. Que se tome su tiempo para hacer cualquier cosa que le ayude a sentirse feliz con su cuerpo cambiante, por ejemplo un baño especial con pétalos, velas y aceites esenciales, un masaje o un nuevo maquillaje. También  puede señalar este cambio con un nuevo corte de pelo o ropa nueva. Podría ser el momento de ponerse al día con su habitación y con sus pertenencias, por ejemplo guardando o regalando sus libros de infancia, decorando su habitación de otra manera, o desprendiéndose de cosas que ya no utiliza. Si ha tenido un mote de niña, podría cambiarlo ahora. En Zimbabwe las niñas escogen un nombre nuevo a partir de su primera menstruación.

Vemos en muchas culturas la importancia de contar con una mujer con experiencia que acompañe y enseñe a la niña durante esta transición. Normalmente no es la madre, sino alguien con quien las dos tenéis buena relación y en quien ambas confiáis. Aunque los padres pueden también desempeñar ese papel, ella puede explicarle los diferentes elementos del ciclo menstrual, de la salud sexual, la contracepción, el embarazo, las relaciones y sus derechos como mujer, por ejemplo. Con eso empezamos a recuperar el papel de la ‘mujer sabia’ que iniciaba las niñas en los misterios femeninos.

En diversos ritos vemos que las niñas pasan un tiempo solas, en la naturaleza. Esto podría adaptarse por ejemplo a una tienda de campaña en el jardín, en casa de su madrina, o simplemente tomando un baño especial. En muchas culturas los sueños de la joven durante su primera menstruación son muy importantes —si los recuerda los puede apuntar en su diario. Puede empezar desde el principio a expresar su creatividad durante la menstruación, por ejemplo, haciendo con barro una figurita femenina como una sirena o una diosa y decorándola con caracolas o piedras. O se podría organizar con ella una excursión hacia un lugar especial como una cueva o un dolmen. O plantar un árbol, por ejemplo uno que de fruta roja, y verter su primera sangre junto a él, o enterrarla en una tela, como hacen en la tribu Luvale en Zambia.

Si ella quiere celebrarlo con más gente, se puede organizar una “fiesta roja”, en que todas las decoraciones, la comida, las bebidas, y la ropa que lleve la gente sean rojas! Esto se hace en Japón. Por último, si quiere, podéis crear una ceremonia que tradicionalmente se celebra con la luna nueva después de la primera regla. Normalmente sólo asisten mujeres, y los hombres de la familia colaboran en la preparación, o solo en una parte de la ceremonia (también es importante reconocer la transición que representa este momento para los padres). Una posibilidad es que cada niña o mujer que venga traiga una cuenta roja con un deseo, para hacer con ellas un collar o una pulsera especial que le recuerde este día. Las mujeres que ya menstrúan pueden también compartir con ella algo de su propia experiencia que le sirva como mujer. Es un momento para despedirse simbólicamente de su infancia y para sentirse bienvenida en esta nueva fase de su vida. ¡Las posibilidades son ilimitadas…! A pesar de los prejuicios persistentes de nuestra sociedad que tendrá que afrontar, haremos que se sienta lo más apreciada y respetada posible en este momento único y especial de su vida.

Publicado por: Sophia Style.





viernes, 24 de mayo de 2013

Estrategias para el futuro. "Nacimiento Renacido".





Al introducir “los criterios del siglo XXI”, traemos a la luz razones nuevas y vitales que alteren los procesos psicológicos lo menos posible y que intenten revertir las tendencias actuales. Entender las lecciones de “la cientificación del amor” y adquirir la capacidad de pensar a largo plazo son la base de las estrategias para el futuro. El objetivo debería ser que la mayor cantidad posible de mujeres dé a luz contando con un flujo imperturbable de hormonas del amor. El mayor obstáculo es una amplia y casi cultural incapacidad de entender la psicología de los nacimientos.

En otras palabras, tenemos que redescubrir las necesidades básicas de las mujeres en trabajo de parto. Han sido olvidadas después de miles de años de nacimientos culturalmente controlados, de décadas de nacimientos industrializados y de una proliferación de “métodos” de nacimientos “naturales” (como si las palabras “método” y “natural” fueran compatibles). Todos los mamíferos comparten estas necesidades básicas. Todos los mamíferos deben sentirse seguros al dar a luz: posponen el nacimiento si hay un predador en los alrededores. Todos los mamíferos necesitan privacidad: tienen estrategias para no sentirse observados durante el período próximo al nacimiento. Redescubrir estas necesidades básicas, dará lugar al renacimiento de la partería auténtica. Una partera es una figura materna. En un mundo ideal, nuestra madre es el prototipo de persona con quien nos sentimos seguros sin percibirnos observados o juzgados.

Solamente cuando las necesidades básicas de las mujeres en trabajo de parto y el rol específico de la partera sean psicológicamente interpretados, se logrará cambiar hacia estrategias de nacimiento nuevas y simples. Estas estrategias tendrán en cuenta la seguridad de las cesáreas modernas. Cualquiera que explore nuestra base de datos podrá convencerse de que es necesario evitar las drogas durante el trabajo de parto, así como también los nacimientos largos y dificultosos por vía vaginal, y el uso de herramientas como el fórceps, previendo evitar cesáreas de urgencia y cesáreas programadas sin trabajo de parto, cuando el cirujano siente una carrera contra el progreso del peligro fetal.

Por lo tanto, debemos prepararnos para una estrategia binaria, con dos escenarios básicos.
Ya sea que el proceso de nacimiento se desarrolle directamente por la vía vaginal o no, nunca se debe llegar a una cesárea de emergencia, debe darse lugar al trabajo de parto. La tarea crítica es decidir con suficiente tiempo, durante la primera parte del trabajo de parto, cuándo se debe indicar una cesárea.

Necesitamos pruebas no farmacológicas adaptadas a estrategias del siglo XXI. La “prueba de la pileta de nacimiento” es un buen ejemplo de herramientas para los escenarios del futuro. Está basada en el simple hecho de que cuando una mujer en trabajo de parto entra en esta pileta y se sumerge en agua a temperatura corporal, debería haber progresos espectaculares en su dilatación dentro de la primera o la segunda hora. Si la dilatación avanzada permanece estable a pesar de estar sumergida en el agua, de estar en un ambiente de privacidad (¡nada de cámaras!) y con una luz tenue, se puede concluir en que, probablemente, haya un obstáculo mayor. No hay razón para dejar de hacerlo. En este caso, es más sabio efectuar una cesárea sin urgencia mientras sigue el trabajo de parto.

Una estrategia binaria de esta naturaleza es compatible tanto con prácticas sin drogas como con bajos índices de intervención quirúrgica.

No es un ideal inaccesible; es, probablemente, la lección más importante de Nacimiento Renacido.

En el amanecer del siglo XXI, debemos confrontar las implicancias de una cesárea fácil, segura y bien aceptada con los aprendizajes proporcionados por “la cientificación del amor”.

Debemos, urgentemente, preguntar lo impreguntable: ¿Podrá la humanidad sobrevivir a la práctica de las cesáreas consideradas seguras?


"Nacimiento Renacido". Michel Odent. Págs. 12-13. Editorial CreaVida, Buenos Aires. 2005.  




miércoles, 15 de mayo de 2013

Madre, familia y hogar. Humberto Maturana.



La maternidad y la paternidad primeras son actos poéticos. La madre al iniciarse no sabe lo que es ser madre. El padre al iniciarse no sabe lo que es ser padre, salvo por lo que otros, posiblemente personas de sus respectivas familias, podrían haberle dicho. De hecho, todo el vivir es un acto poético porque uno tiene que hacer suyo, en su propio vivir, desde su creatividad, desde su sensibilidad íntima, algo que ha aprendido o escuchado de otros: un acto poético es empezar a vivir el propio vivir de la manera en que a uno le hace sentido lo que le han enseñado, lo que ha visto o lo que antes pudo haber imaginado.

El bebé al nacer hace un acto poético al confiar de manera implícita en el vivir de la mamá y el papá que nacen con él o ella, y en ese proceso inventa un vivir único  que no es solitario, pues se entrelaza con el de otros. Los seres humanos somos poetas, todos los seres vivos somos poetas al crear el vivir único que vivimos escogiendo consciente o inconscientemente aquello que nos acoge, y rechazando aquello que nos niega, en los mundos que los adultos también consciente o inconscientemente, nos proponen desde su propio vivir.

En este entre-juego de poemas que la familia es como ámbito de convivencia, los bebés traen una estrofa vital secreta que es también una invitación poética y que parece decir: “ámame y te amaré, cuídame y te cuidaré, y de ti aprenderé la ternura del convivir en el amar siendo como tú”. Y la mamá trae también su estrofa secreta y que ella misma no sabe: “amándote te cuidaré y en el cuidarte te mostraré la libertad de ser quien quieres ser, en el encontrarte contigo mismo, respetándote en el amarte”.

Y el papá crea a su vez su estrofa secreta, difícil y misteriosa, pero amorosa al mismo tiempo: “Ven conmigo y te mostraré el mundo haciendo lo que yo sé, y preguntándome por lo que no sé”. La mamá y el papá guían la mirada reflexiva de los niños y niñas al preguntar: “Humbertito, Juanita, ¿se han dado cuenta de lo que están haciendo? ¿En verdad quieren hacer lo que hacen?”, y al hacerlo les entregan al niño y a la niña la autonomía reflexiva. El papá y la mamá guían la acción efectiva cuando el niño o la niña preguntan: “Papá, mamá, ¿cómo se hace?, y el papá y la mamá al mostrar cómo se hace desde la ternura que no tiene apuro ni falta de tiempo, le entregan al niño y la niña la autonomía de acción en el placer y la seriedad del hacer responsable.

Los niños y niñas como seres humanos vienen con tres tesoros psíquicos o más al nacer: vienen amorosos, les importa el dolor de otros y quieren acompañar y proteger: “mamá, papá ¿por qué llora este niño? ¿Por qué ese viejito está triste?”. Vienen alegres y serios, les gusta aprender a hacer bien lo que hacen: ¿cómo se hace mamá? ¿Cómo se hace papá? Yo quiero hacerlo; y vienen lúdicos y curiosos, juegan, se ríen y quieren verlo y tocarlo todo…
También nacen con varias mamás: la abuela, la mamá, la nana, si la hay, y las vecinas. Y con esas varias mamás vienen varias culturas, varios modos diferentes de estar en la vida. Mi abuela era más hispana, seria estricta, religiosa; mi madre, asistente social, era criolla, y después de haber vivido varios años como niña india en una comunidad quechua en el altiplano boliviano, su preocupación fundamental era cómo colaborar y compartir desde el entender el convivir; mi nana, mujer de raíces mapuches, era tierna y me enseñó el respeto a los padres a la vez que me mostró la potencia mítica del lenguaje en todas las dimensiones del vivir y convivir; y las vecinas, doña Blanca, doña Emma… eran refugio, a la a vez de miradas reflexivas sobre lo que yo hacía en mi picardía infantil.

La familia era el mundo donde todo lo bueno era posible, donde había gallinas que alimentar, gallineros que construir, gatos que acariciar, techos que reparar, plantas que regar, árboles donde subirse para tener soledad en la compañía de sí mismo; mundo donde el padrastro era compañía y donde la mamá era la seguridad de la protección infinita: “niños el pecado no existe, nada es bueno o malo en sí, las conductas son adecuadas o inadecuadas, oportunas o inoportunas, y es responsabilidad de cada uno saber cuál es cuál en cada momento”.

“Mamá, no me gusta obedecer, me gusta hacer las cosas que yo quiero hacer por mí mismo”. No obedezcas, hijo mío, haz solo lo que tú quieras, y se responsable con ello, acepta las consecuencias de lo que haces, porque con tu hacer tú haces tu mundo, y tu mundo es con otros que te respetarán y amarán si tú los respetas y amas. Ese era el hogar chileno en el que yo crecí, una continua invitación a ser uno mismo, desde el Estado que te entregaba Educación y Salud, y el querer ser uno mismo, devolviendo lo recibido: medio autoridad hispana, medio autonomía indígena, en la rebeldía profunda de no querer ser sometido.

La madre era el centro, el fundamento de toda posibilidad, y el padre, si no faltaba y estaba presente, era acción efectiva, y si no estaba presente y no había queja cotidiana contra él, la madre lo era todo, como siempre en la fortaleza primaria del vivir mamá.

Ese es el Chile de las madres que yo viví. Pero había tres o cuatro Chiles más, algunos invisibles para niños como yo, y otros que vi, y que el verlos me amplió mi mirada y mi sensibilidad, permitiéndome ver, oír, tocar y oler más lo que de otra manera no habría podido ver ni oír. Una vez mi madre me llevó cuando yo tenía once años a que la acompañase a visitar a una mamá que había pedido ayuda médica en el policlínico en el que ella (mi mamá) trabajaba como asistente social. Fuimos al final de Macul, a Punta de Rieles. Más allá era campo, y había un lugar artesanal en el que se fabricaban ladrillos. En esa época a los once años se era un niño pequeño. En mi casa no había teléfono ni radio, estos llegaron varios años después. El domicilio que íbamos a visitar estaba allí; era un hoyo rectangular con un techo inclinado como mediagua; al bajar vi a una mujer tendida en el suelo de la tierra sobre harapos y cubierta por harapos, lo que me conmovió. Pero lo que más me conmovió fue ver junto a ella a un niño, para mí menor que yo. Al ver eso pensé: “Ese niño podría ser yo, pero no lo soy”. “¿Qué méritos especiales tengo?”. “Soy afortunado, vivo en una casa, muy modesta, pero casa, voy a un colegio y como dos veces al día”. “¿Cómo es que soy tan afortunado sin mérito especial alguno?”. “No es justo, pensé”. “Y Dios, ¿qué hace, si siendo todopoderoso permite esto?”. “Además, pensé, hay mamás ricas que tienen casas grandes para sus hijos, y niños del Mapocho que viven debajo de los puentes y no tienen casa ni mamá”. ¿Cómo pasa esto? No es justo me dije nuevamente a mí mismo… y seguramente lloré en secreto”.

“¿Y qué pasa con los niños y mamás indígenas? ¿Qué pasa con Fresia, esposa de Caupolicán, que arroja a sus pies a su hijo indignada porque éste fue derrotado”. “Y con madres como Fresia esos niños indígenas aprendían desde pequeños a colaborar y compartir”. Fresia no era chilena aún, pero era de esta tierra antes que nosotros, y todos los chilenos ahora tenemos algo de ella, pienso ahora ante la pregunta que se me invita a contestar.

Todas las mujeres chilenas son madres chilenas, aunque no lo sepan; todos los hombres chilenos son padres chilenos aunque no lo sepan;  y digo “aunque no lo sepan”, porque si lo supiesen no se permitirían a sí mismos o a sí mismas vivir inmersos en la defensa de teorías con las que justifican el desamar, generando discriminaciones que condenen a muchos a las limitaciones de la pobreza, a la vez que sumergen a otros en teorías que justifican la adicción a la ceguera de la sobreabundancia.

Usted, lector o lectora, es papá, mamá, hijo o hija chilena, miembro de una familia y hogar chileno, ¿qué vivir quiere para sus hijos o hijas chilenas si ya los tiene, o cuando los tenga? ¿Qué queremos para ellos como comunidad humana y qué estamos haciendo? ¿Queremos la colaboración que crea bien-estar desde el respeto mutuo y disfrute de la diversidad en una convivencia creadora y conservadora de democracia en la armonía de la antropósfera y la biosfera en una población estable?, ¿o queremos vivir en la inevitable desarmonía de la competencia y el crecimiento continuo de la población que llevan a la discriminación, la inequidad y la pobreza?

Las mamás y los papás lo saben: quieren colaborar y compartir la continua creación y conservación del bien-estar en un convivir ético y armónico sin el dolor del desamar que generan las trampas cegueras psíquicas de la pobreza y la sobreabundancia.

Humberto Maturana.  “7 hombres descifran a la madre chilena”. Madre, Familia y Hogar. Pág. 143-144. Revista Ya, diario El Mercurio. 13 de mayo, 2013. 

domingo, 12 de mayo de 2013

Orgasmos, éxtasis y emociones místicas. Michel Odent.



Orgasmos, éxtasis y emociones místicas.

Puede parecer sorprendente  que en el marco de los cambios de estado de conciencia raramente se piense en incluir los orgasmos de la sexualidad genital: son experiencias comunes compartidas por ambos sexos. Los estados orgásmicos se comprenden mejor cuando son comparados con otros cambios de estado de conciencia. Escuché al menos a una docena de mujeres que espontáneamente pronunciaron la palabra “orgasmo” al referirse al momento del nacimiento de su bebé. Tales comparaciones se vuelven muy interesantes en una época en la que es posible explorar a través de la imagen el funcionamiento de las diferentes zonas del cerebro, inclusive durante el orgasmo. Los investigadores finlandeses han podido demostrar que durante el orgasmo el conjunto del neocórtex está en reposo, conjuntamente con el córtex prefrontal derecho. Es fácil comprender por qué los estados orgásmicos que acompañan las últimas contracciones del “reflejo de eyección del feto” no fueron nunca tomadas en cuenta. La mayoría de las culturas niegan la necesidad de intimidad en el período cercano al nacimiento; tienen tendencia a socializar, a “desprivatizar” el acontecimiento y a interferir  a través de creencias y rituales. Es excepcional que las mujeres traigan sus bebés al mundo en un ambiente compatible con un estado que podría ser calificado de orgásmico.

El orgasmo como estado de conciencia.

La mejor manera de comprender los estados orgásmicos es tomar en consideración la similitud con otros estados extáticos: “A lo largo de toda mi vida momentos de éxtasis vinieron como por encanto… El éxtasis de la unión sexual es cercano al éxtasis de la plegaria. En ambos existe una pérdida de conciencia…” (Una Kroll). 

Una Kroll es una de aquellas que ha remarcado también las similitudes entre las emociones de la unión sexual y las emociones místicas. Una joven madre me confió que, inmediatamente después del parto, vio la totalidad del universo en los ojos de su bebé. No es nuevo considerar lo estados orgásmicos como formas de alcanzar la conciencia cósmica. Viejos textos tántricos, desconocidos en Occidente hasta una época reciente, enseñan los rituales sexuales practicados por el Hindu Cult if Ectasy con el objetivo de alcanzar la unidad cósmica. Es lo que habitualmente se llama el sexo tántrico. Una parábola escrita en Sánscrito hace 2000 años, es altamente significativa. Es la historia de un ermitaño peregrino que iba en busca de la Verdad Suprema. Había viajado, meditado, ayunado; se inflingió intolerables dolores durante muchos años sin haber podido nunca alcanzar la Verdad Suprema. Un día, decepcionado por los años de esfuerzo sin recompensa, tomó un descanso al final de la tarde cerca de un río. Una mujer, maestra tántrica, apareció para tomar un baño en el río. Después de haber escuchado la historia del peregrino, lo sedujo y le hizo conocer las cumbres del éxtasis que durante tanto tiempo él había buscado. Más recientemente, el mismo Freud- a quién lo podría calificarse de místico- admitió que había al menos una circunstancia donde los límites del ego podían desaparecer: el orgasmo sexual. Todas las comparaciones son aceptables y posibles en el contexto científico actual. Dentro de una perspectiva fisiológica, parece difícil interpretar las experiencias místicas sin hacer alusión a los estados orgásmicos. Podríamos decir que los estados orgásmicos y las emociones místicas son dos fragmentos del espejo roto fáciles de conectar. El doble sentido de la palabra “místico” merece ser recordado. La palabra griega sugiere a la vez “el cierre de los sentidos”, es decir, la eliminación  de una cierta forma de conocimiento, y también la entrada en el mundo de los “misterios”, es decir, el acceso a otra clase de conocimiento.

"La Cientificación del amor". El amor y la ciencia. Michel Odent.  Capítulo 13, págs. 71-72. Editorial CreaVida, Buenos Aires. 

viernes, 10 de mayo de 2013

La química del amor eterno.



Un niño nace diseñado para enamorar a su madre por una cuestión de supervivencia. Llega al mundo indefenso y durante un tiempo dependerá de quien asuma la función de alimentarle, consolarle, estimularle… Suele ser la madre quien se encarga de esos cuidados durante el aterrizaje del niño en la vida. Ella no puede dejar de mirarlo, de pensar en él, de querer cuidarlo. Cuando el bebé empieza a sonreír, se activan en el cerebro de la madre regiones relacionadas con la recompensa. Así que ella se engancha a las sonrisas y las monerías de su retoño. Gracias a los avances neurocientíficos se empieza a saber mejor cómo influye el amor de madre en el cerebro del niño.

Ese vínculo entre una madre y su bebé es un complejo entramado de factores hormonales, neuronales, psicológicos y sociales. Muchas investigaciones avalan que el amor maternal no sólo es fundamental para un buen desarrollo cerebral del niño, sino que también es una excelente inversión para la salud mental del futuro adulto. “Al nacer sólo tenemos desarrollado el 25% del tamaño del cerebro”, señala Adolfo Gómez Papí, neonatólogo del hospital Joan XXIII de Tarragona y profesor de la Universitat Rovira i Virgili. “El 75% restante –continúa– se desarrolla durante los dos o tres primeros años de vida. Aunque luego el cerebro puede cambiar, las estructuras básicas están formadas a los tres años. Y cómo se vayan desarrollando dependerá mucho del tipo de alimentación y de la relación que el hijo establezca con su madre”.

También influyen los genes y que, poco a poco, el niño se abrirá a otras figuras importantes para su evolución, como su padre. Pero, al principio, casi todo el horizonte del niño será el amor de su mamá –o de su cuidador principal, en el caso de que sea el padre, por ejemplo–. Como explica Enrique García Bernardo, psiquiatra del hospital Gregorio Marañón de Madrid, “el bebé recibe importante información emocional de su madre; ella le habla, lo acaricia, le canta, lo acuna, le sonríe…”. Empatiza con él, ríe con él, sufre con él. Lo ama. Y ese amor de madre va tejiendo el vínculo entre ellos, desarrollando el cerebro del niño, programando las conexiones entre las neuronas.

Un intercambio afectivo entre el hemisferio derecho de la madre y el de su hijo, como ha escrito en un artículo Allan Schore, profesor del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de California-Los Ángeles (Estados Unidos) y uno de los principales investigadores del vínculo entre madre e hijo. Porque, como apunta Gómez Papí, “en el niño predomina sobre todo el hemisferio derecho, que tiene que ver con las emociones”.
Así que entre madre e hijo se da una intensa comunicación emocional. El idioma del bebé son sus llantos cuando tiene hambre o sueño, sus sonrisas, sus balbuceos… Y, el de ella, los besos y las palabras de amor que le dedica, los abrazos que lo consuelan, el alimento que le da, estar cerca de él… Un diálogo muy especial, cuyo código a veces parecen conocer únicamente la madre y el niño, y que moldea el cerebro del pequeño.

El recién nacido tiene unos 100.000 millones de neuronas. Y en los primeros años de vida se van a formar billones de conexiones entre ellas. Más o menos al final del primer año, señala Gómez Papí, se produce una poda neuronal. Ya hay billones de conexiones y, como el cerebro quiere economizar recursos, “poda las conexiones menos empleadas; si el apego con la madre ha sido seguro, se habrán formado muchas conexiones que tienen que ver con la seguridad, y esas conexiones se mantendrán”.

El cerebro se habrá preparado para vivir en un entorno seguro, así que el niño empezará a percibir la vida como un lugar seguro: me consuelan cuando estoy mal, quizás no tengo que temer al mundo. Una buena forma de encarar su futuro. “Tendrá más ganas de explorar. Los niños que no han tenido un buen vínculo son más inhibidos”, explica Ibone Olza, psiquiatra infantil del hospital Puerta de Hierro de Majadahonda (Madrid) y profesora de la Universidad Autónoma de Madrid. “Una de las funciones más importantes de la madre –afirma– es regular las emociones de su pequeño. Es básico que le dé el consuelo que necesita. No es tan importante que acierte siempre si el niño tiene hambre o sueño cuando llora. Lo importante es que responda a su llamada para que este tenga más ratos de bienestar y menos de malestar”. Así, el niño siente que la persona más importante para él está disponible cuando la necesita. Y empieza a gatear por la vida con confianza.

Una buena base para la salud mental del futuro adulto. Como comenta García Bernardo, “una adecuada relación con la madre en los primeros años es un factor que ayuda mucho a la salud mental del adulto, aunque no lo es todo, porque la vida es muy larga”. Visto desde el lado amargo, numerosos estudios señalan que los niños que han vivido un apego inseguro porque han sufrido negligencias o abusos por parte de sus cuidadores principales tienen mayor riesgo de sufrir depresión, ansiedad o trastornos de personalidad durante su adultez. Y ¿cuántos niños viven un apego seguro? Según algunas investigaciones, aproximadamente el 75% establece un apego seguro, un vínculo cercano afectivamente y estable, con sus madres. “Las madres ejercen de madres desde hace ya años, y, en general, lo hacen bien”, recuerda García Bernardo. Unos primeros años de vida complicados no tienen por qué ser una condena de por vida. “El niño puede encontrar más adelante otras figuras de referencia. Y el cerebro es plástico, puede adaptarse. Se ve en los niños adoptados”, añade Adolfo Gómez Papí.

Algunas investigaciones sobre los cuidados maternos se centran en cómo afectan las primeras experiencias en la forma de afrontar el estrés a lo largo de la vida. Michael Meaney, profesor de Psiquiatría en la Universidad McGill, en Montreal (Canadá), es uno de los principales investigadores en este campo. En uno de sus experimentos participaron un grupo de personas de entre 18 y 30 años que dieron una puntuación elevada en un cuestionario sobre los cuidados maternos recibidos y un grupo de personas que dieron una puntuación baja. Les pidió que realizaran una tarea aritmética mental delante de una pantalla que les informaba sobre los errores que cometían y el tiempo que tardaban en resolver los problemas. Una inyección de estrés para ver cómo respondían. Y las personas que habían tenido buenos cuidados maternos segregaban menos cortisol, la principal hormona que se activa en el estrés. “Cuanto menos cortisol se segrega, menos reactividad al estrés”, señala Roser Nadal, profesora del Instituto de Neurociencias de la Universitat Autònoma de Barcelona. Es decir, se afrontan con mayor tranquilidad los retos de la vida. Y la relación entre cuidados maternos y estrés en el futuro adulto se ha comprobado una y otra vez al estudiar los estilos de crianza de las ratas, que tienen un sistema nervioso parecido en algunos aspectos al de los humanos. Hay ratas que ejercen de madres con más entrega que otras. “Depende de si les dan a sus crías las suficientes caricias y lametones que estas necesitan y de cómo las amamanten. Algunas arquean su cuerpo para proteger bajo él a sus crías mientras maman y otras se ponen de lado y pasan de todo. Hemos visto que estas conductas activan o desactivan genes relacionados con el estrés. Y queda afectada la respuesta de las crías al estrés”, añade Nadal. Los cuidados de las madres dejan una marca en el cerebro y también en los genes. Algo que, según Meaney, parece confirmarse en estudios realizados con seres humanos. “Es lo que se conoce como epigenética: el ambiente modula la expresión de los genes”, dice Nadal.

Que madre e hijo formen un buen equipo afectivo puede favorecer además el desarrollo cognitivo del niño y ayudarle a sacar mejores notas. En buena medida, porque probablemente crecerá con más seguridad y estará más motivado. Aunque otro de los factores que explicarían este mejor rendimiento escolar es que los niños que han recibido buenos cuidados maternos podrían tener el hipocampo (estructura cerebral fundamental para el aprendizaje y la memoria) más grande.

En el 2012, investigadores de la Universidad de Washington en San Luis (EE.UU.) publicaron un estudio sobre la influencia de un buen vínculo maternal en el hipocampo de los niños. Primero, analizaron el tipo de relación que tenía con sus cuidadores principales –el 96,7% eran las madres biológicas– un grupo de niños de entre cuatro y siete años. Para ello emplearon una ingeniosa “tarea de espera”: dijeron a cada cuidadora que el niño debía aguantar ocho minutos para abrir un regalo que tenía al alcance y que estaba envuelto de forma muy llamativa. Una tortura para la capacidad de resistencia al deseo de un niño. Mientras, la cuidadora tenía que rellenar unos cuestionarios, tarea cuyo único objetivo era que no pudiera estar totalmente concentrada en el niño. Se buscaba reproducir el estrés que supone criar a los hijos, pues en la vida cotidiana, muchas veces hay que estar pendiente de ellos a la vez que se hacen otras tareas… Los investigadores observaban cómo se manejaba la madre en ese conflicto de intereses, si era capaz de ayudar correctamente al niño para que no abriera el regalo. En este caso, consideraban que el estilo de crianza que seguía ese cuidador era bueno para el niño. Luego, mediante resonancia magnética, comprobaron que los niños que habían recibido una ayuda adecuada para no abrir el regalo tenían un hipocampo un 9,2% mayor que los que no habían recibido una buena ayuda. Aunque la mayoría de los cuidadores eran las madres biológicas, los autores del estudio opinaron que los efectos positivos de una buena crianza en el cerebro del niño serían parecidos aunque el cuidador principal fuera otra persona, como la madre adoptiva. “Hay estudios con animales que confirman también que los que recibieron una buena crianza de sus madres tienen menos déficits cognitivos cuando son ancianos”, explica también Roser Nadal.

Los descubrimientos sobre el vínculo madre-hijo son diversos. “Hay células del feto que se instalan en el cerebro de la madre durante el embarazo. Todavía no sabemos por qué”, comenta Ibone Olza. Los científicos continúan rastreando las claves neurocientíficas de la relación entre las madres y sus hijos. Mientras, ellas hacen mil y un malabarismos para combinar la maternidad con los demás aspectos de su vida. Los padres cada día intervienen más en la responsabilidad de criar a los hijos, pero todos los expertos consultados para este reportaje reclaman que la sociedad debería ayudar más a las madres. Por mucho que avance la ciencia, “todavía ser madre es difícil”, indica Olza. “Pero el vínculo –añade– entre una madre y su hijo es vital para la especie. La madre tiene que estar rodeada de personas que la cuiden. Como dice un proverbio africano, a un niño lo cría toda una tribu”.

Muchas madres se sienten culpables por no llegar a todo, por creer que, tal vez, no están dando a sus hijos el tiempo y el amor que estos necesitan. “Aunque es importante que estén tiempo con sus hijos –considera Enrique García Bernardo–, lo fundamental para un buen apego es la calidad del tiempo. Que, cuando una madre esté con su hijo, esté tranquila, disponible afectivamente y disfrute con él. Estoy seguro de que si las madres pudieran dedicar a sus hijos más cantidad y calidad de tiempo, la sociedad sería un lugar mejor”.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Menarquia, "la primera luna".


"Menarquia", llaman así a la fecha en que aparece tu primer sangrado, y esto indica el comienzo de tu capacidad reproductiva. Desarrollo de características sexuales secundarias también marcarán un gran cambio que comienza en la vida de niñas de entre 8 y 14 años. 


Quizás has escuchado en clases de biología o en libros, las distintas características que desarrollarás a medida que vas creciendo, tus pechos se tornarán más voluptuosos, tus caderas se ensancharán y poco a poco te darás cuenta que ¡ya tienes un cuerpo de Mujer!


Eso debe llenar tu cabeza de dudas y preguntas seguramente, es por eso que hoy quiero invitarte a que veamos este hermoso cambio que ocurre en tí, como un camino lleno de nuevos brotes que esperan florecer.


¿Sabías que nuestra sangre menstrual y nuestro ciclo están íntimamente ligados a las fases de la luna?

Así como la luna va cambiando sus fases, nuestro ciclo también se desarrolla entre 28 y 32 días. Si junto con esta información, ahora te das el tiempo de observar la luna y llevar un registro mensual de tu ciclo, irás comprendiendo poco a poco tus distintos estados anímicos.



CONOCIENDO MÁS ACERCA DE TU CICLO.

Debes saber, que pasarás por distintas etapas o fases durante tu ciclo menstrual, comprendiendo y aplicando poco a poco lo que irás aprendiendo, te será más fácil comprenderte y tener una relación mucho más "amigable" de tu ciclo. 

Por ejemplo cuando comienzas a menstruar, todas tus energías estarán mucho más sensibles y conectadas contigo misma, sentirás por momentos que quizá no quieres compartir con nadie, no te sientas mal por ello, todo es normal, estás atravesando por un momento en el que tú cuerpo te de más atenciones y tus emociones estarán a flor de piel. En esta etapa de tu ciclo es posible que tu cuerpo te pida ir hacia dentro de tí, así como lo hacen los árboles en otoño. Aprovecha tu menstruación para conectarte con lo que realmente quieras hacer, quizá descansar o dormir más, escribir en un diario tus emociones o sólo escuchar algo de música y dejarte llevar por ella. Date el tiempo de estar en contacto íntimo con tu sangre, aprende a amarla y respetarla, antiguamente las mujeres cuando vivían en comunidades se recluían todas juntas en una casa "especial" y compartían enseñanzas y creaciones artísticas. Que bonita ocasión entonces para conectarte con tu creatividad

Si por momentos sientes dolores en tu bajo vientre, puedes ayudarte con agüitas de hierbas, como lo hacían nuestras madres y abuelas en un principio, prueba con la caléndula o chinita, la manzanilla y la lavanda (si no tienes conocimientos de las plantas que aquí te sugiero, pregúntale a tu madre, abuela o alguna otra mujer que creas tenga un conocimiento acerca de las plantas medicinales)

-Caléndula o chinita, sirve también como cicatrizante.

-Lavanda, para relajar.

-Manzanilla, alivia dolores. 

Nuestras abuelas usaban ropa interior de color rojo que era tejida a la vez por sus madres y que decían “protegían de las malas energías”…no creo que quieras usar esto ahora, pero prueba construyendo por ejemplo, un “Cinturón de Luna”, lo puedes hacer de piedras o cuentas, tejido o bordado, agrégale adornos lindos, quizá inspirarte mes a mes con los 4 elementos, con el agua puedes incluir conchitas y estrellas de mar, con la tierra te pueden ayudar las semillas…en fin, haz de este cinturón una terapia de conexión con tu menstruación y a la vez un lindo accesorio que protegerá tu vientre y te dará una nueva forma de sentir esta etapa. ¡Disfruta, Embellece y Crea!