A propósito de la visita de Ibone Olza al país, y del lanzamiento de la campaña INNEcesáreas por RELACAHUPAN Chile, quisiera dejarlos con un fragmento del libro ¿Nacer por cesárea? Cómo evitar cesáreas innecesarias y vivir cesáreas respetuosas de Ibone Olza y Enrique Lebrero.
También informar, que el año 2011 la tasa de cesárea del país fue de 48,1%: 38,1% en salud pública y
70,4% en salud privada (datos DEIS, MINSAL, 2012). Dentro de Chile, la tasa de cesárea ha
ido en constante aumento: en el periodo 2000-2011 en el sector privado se pasó
de una tasa de 60% a una de 70%, y en el sector público desde un 30,4% a un
38%. Ambas cifras son muy superiores a las recomendaciones que la Organización
Mundial de la Salud (OMS) emitió en el año 1985, de un máximo de 15% de
cesáreas en cualquier país del mundo y del 20% que se sugiere actualmente en
algunas publicaciones (Farías M.,
Oyarzún E., 2012). Estas cifras son alarmantes y reflejan el excesivo intervencionismo y medicalización del parto en nuestro país, es por esto relevante generar conciencia del impacto de una cesárea innecesárea, educar y compartir información respecto a la atención del parto y nacimiento en nuestro país. Debemos recordar que podemos vivir una cesárea respetuosa y humanizada, depende de nosotros exigirla, en el caso de ser necesaria.
Lactancia después de la cesárea.
Con la lactancia materna sucede algo similar a lo que
acontece con el parto: a pesar de ser un maravilloso sistema para nutrir al
bebé y ofrecer numerosas ventajas para
la salud de la madre y del niño, su inicio y mantenimiento se ven seriamente
amenazados por numerosos protocolos obsoletos y por consejos de supuestos
expertos en la materia que no se basan en la evidencia científica. Aunque la
mayoría de las embarazadas expresan su deseo de amamantar al bebé, el
porcentaje de mujeres que consigue mantener una lactancia exclusiva los seis
primeros, o combinada hasta los dos años de edad, tal y como aconseja la
Organización Mundial de la Salus es mínimo, casi anecdótico. Y como sucede en
el parto, se suele negar reiteradamente que la lactancia es una experiencia
íntima y muy sensual que se establece entre dos personas, madre e hijo, y en la
que los profesionales no deberían inmiscuirse salvo para facilitarla con la
máxima humildad y respeto. Si a esto añadimos la desmesurada presión de la
industria láctea por conseguir que las madres den el biberón a sus hijos a
través de métodos cuestionables, resulta fácil entender que sean muchísimas las
mujeres que abandonan la lactancia en los primeros días o semanas después del
nacimiento, convencidas de que no tienen suficiente leche o de que su leche es
de mala calidad. Muchas de ellas desconocen que, en realidad, su leche es
perfecta y que para aumentar la producción bastaba con que en el hospital las
hubieran animado a amamantar al bebé cada vez que lloraba, olvidándose del
reloj, chupetes y biberones de suero glucosado; hubiera sido suficiente con que
la madre compartiera la cama con el bebé y con que algún profesional se hubiera
cerciorado de que su postura en el pecho era la correcta. En vez de eso,
numerosas rutinas hospitalarias (retraso en la primera mamada, llevarse a los
bebés al nido, darles biberones o chupetes, etc.) entorpecen el inicio de la
lactancia. Prueba de ello es que todavía sean una minoría (menos de un 10 por
ciento) los centros españoles que han logrado la acreditación de <Hospitales
Amigos de los Niños> que otorga UNICEF a los sanatorios donde se ayuda a las
madres a iniciar la lactancia. En algunos países nórdicos, por el contrario, el
cien por cien de los hospitales poseen dicha acreditación.
En este contexto, resulta fácil comprender que amamantar
después de una cesárea sea como poco una ardua tarea, y en la mayoría de los
casos una verdadera carrera de obstáculos con un final temprano y triste: una
vez más, la madre siente que su cuerpo le ha fallado en algo para lo que en
teoría estamos preparadas todas las mujeres. Así, a la experiencia del parto
frustrado se añade la pena por no haber podido amamantar o aún peor, sentirse
culpable por no haber ofrecido a nuestros hijos <lo mejor: la leche
materna>. Como comentaba María, madre de gemelos nacidos por cesárea en la
semana treinta y cuatro del embarazo.
"Lo peor, al menos para mí, es
que tanto las enfermeras de planta como las de neonatología insistían en que
tenía que dar leche. Y a mí no me subía. Ni siquiera me enseñaron a usar el sacaleches
eléctrico. Y la pediatra, dale que dale con <es lo único que puedes hacer
por tus hijos>. Leche. Ni una gota fui capaz de darles. Los vi a las
veintisiete horas de haber nacido. los toqué por primera vez cuando ya tenían
tres días. Les vi los ojos a la semana de vida y los tomé en brazos a los doce
días. Lo que una madre hace en los primeros segundos de vida de su hijo, a mí
me llevó doce días. Bueno, diecinueve si tenemos en cuenta que, hasta entonces,
no pude darles el biberón. Ahora, me planteo hasta qué punto fue necesaria mi
operación…Quiero parir, quiero dar el pecho".
Es prácticamente imposible sacar adelante una lactancia en
semejantes circunstancias. Por un lado, el hospital pone un obstáculo
importante: se llevan a los recién nacidos a una sala aparte (neonatología)
donde no se permite el acceso de la madre hasta pasadas ¡veintisiete horas! De
la cesárea, sin dejar que ni siquiera los toque ni los coja en brazos… Por otra
parte, le dicen a la madre que dé el pecho a sus bebés, pero sin ofrecerle más
apoyo, con lo cual el resultado final es desalentador: fracaso en la lactancia,
y una madre que encima se siente culpable.
Bibliografía:
- Departamento de Estadísticas e Información de Salud,
Ministerio de Salud. 2011. Indicadores básicos de Salud. Chile.
- Farías M, Oyarzún E. 2012. Cesárea electiva versus parto
vaginal. Medwave Año XII, No.3.
- Olza Ibone, Lebrero Enrique. 2006. ¿Nacer por cesárea? Cómo evitar cesáreas innecesarias y vivir cesáreas respetuosas. pág 75. Grupo editorial norma. Bogotá, Colombia.
Escrito por Carla Ramírez Reyes, egresada de antropología social de la Univesidad de Chile, creadora de Junto a la Mujer y terapeuta integral.