México. Hay
colectivos de madres que unen a mujeres que quieren colectivizar la experiencia
de la maternidad dentro de una sociedad urbana e individualista. Comparten
experiencias, se acompañan, enseñan y aprenden junto con otras mujeres que no
quieren que la crianza sea un acto privado.
Mara Montes, integrante de un colectivo,
ofrece un relato del parto en casa en el que vio la luz Matilde, su segunda
hija, acompañada de su familia y la partera, tal como lo decidió la madre.
Escribo estas líneas con una mano. Llevo así
varias noches, cargando y amamantando, mientras trato de congelar el recuerdo
de uno de los momentos más importantes de mi vida.
Matilde, mi segunda pequeña, nació el viernes 21
de diciembre de 2012. Sí, el día en que se iba a “acabar el mundo”, o por lo
menos, el fin del 13 Baktún. En esta casa resultó que sí comenzaba una nueva
era.
Mi Mercedes, de tres años y medio, nació en casa
tras un embarazo con mucho vómito pero también con mucha salud. Este segundo
embarazo fue muy distinto, especialmente porque casi al terminar el primer
trimestre tuve una tremenda amenaza de aborto que me guardó en cama un mes y
otro más me tuvo en reposo. Me levanté de la cama al final del verano con una
barriga con la que no me había acostado, y con achaques varios por tanta
inmovilidad. Fuimos directo al curso psicoprofiláctico en el mismo lugar donde
lo tomamos la vez pasada. Volvimos porque quería estar lista para un parto en
casa, con un equipo bien preparado, en la intimidad de mi recámara, con mi
familia.
Durante largos meses sentí muchas más
contracciones, algunas molestas, otras muy intensas y otras perfectas, que
dejaban ver el vientre redondo, un útero fuerte preparándose para un trabajo
que vendría meses después. En el curso, meses antes, aprendí que en el segundo
parto las contracciones no son tan ordenadas como en el primero. Analizando mi
experiencia anterior, nos dimos cuenta de que yo tolero bastante las
contracciones, tanto que hace tres años creí que el parto apenas comenzaba
cuando en realidad ya estaba casi al final, en la etapa de transición.
Como todos los jueves de psicoprofiláctico,
Mercedes se fue a dormir con los abuelos. Rodrigo y yo tuvimos consulta de la
semana 39 con Gloria, la doctora-partera que nos atendió en el nacimiento de
Mercedes. Todo muy bien, bebé bien acomodada, empezando a encajarse, pero aún
arriba. Hicimos la lista de las cosas necesarias para el parto en casa:
protectores de cama desechables, bote de basura, recipiente para la placenta.
Yo con contracciones, nada que mereciera mi atención.
Nos quedamos al curso, hicimos ejercicio,
charlamos, y nos fuimos a casa porque estaba cansada. A la salida, le pedí a
Rodrigo que manejara despacio, pues me incomodaban las contracciones “de
chocolate”. Pensé que era porque estaba cansada. Pasamos frente al súper y pensé en bajar de una vez a comprar
lo que faltaba de la lista, pero decidí ir ya a descansar: “Lo haré mañana”,
pensé. Ya en casa, casi a las 11 de la noche, me acosté a leer, a tontear
en el celular, y se fueron casi dos horas. Las contracciones no cesaban a pesar
de mi descanso.
A las 12:40 de la mañana le dije a Rodrigo que
Matilde iba ya a nacer y aún no teníamos nada listo. “Tranquila, por favor, todo
está listo, faltan detalles”, respondió. Pero recordé algo de la consulta:
¡Gloria había llevado a esterilizar los instrumentos a Iztapalapa! Rodrigo me
dijo que él vio otros instrumentos. Le pedí que me preparara un taco para
cenar. Juntos sacamos la ropita, cobijas y toallitas que ya estaban lavadas, el
cambiador, las sábanas limpias de uso rudo; movimos un buró que estorbaba. El
cubrecolchón para el parto estaba en casa de mis papás, pero pensé: “si le digo
a mi mamá que venga, ¿quién se va a quedar con Mercedes?”. Mi papá solo no
puede cuidarla.
Casi a las 3de la mañana le mandé un mensaje a
mi mamá avisando que tenía contracciones y que seguramente el parto sería el
día siguiente. Creo que ya no durmió. Nosotros nos acostamos en cuartos
distintos y yo traté de dormir, pero las contracciones me despertaban. En una
libreta escribí “21 del 12 del 2012, buen día para empezar” y anoté la hora en
que sentí las contracciones. A las 4 de la mañana vi que no paraban, que
estaban espaciadas entre siete y 12 minutos. Decidí meterme a la tina. Era hora
de avisar a la doctora.
Desperté a Rodrigo para avisarle que
estaría en el agua, que estuviera pendiente de mí. Trató de comunicarse al
celular de Gloria a las 4:11 horas. No respondió (no tenía pila), marcó a su casa…
y no entró la llamada. Bueno, a relajarme un rato en el agua. Las
contracciones, cada vez más fuertes, ya no en el vientre, empezaron a ser en
las lumbares. Esto me sacó un poco de control, así que recordé el parto de
Mercedes. “Tengo que concentrarme y relajar, relajar, relajar”, me dije. Media
hora después salí del agua, la pelota no me acomodó mucho. Mi pelvis me pidió
movimiento y bailé un poco las contracciones, una gran luna de cadera para
pasarlas, bendita danza… y Gloria aún no respondía.
Le escribí un mensaje a las 4:46 de la
madrugada. “Contracciones de 60 segundos cada siete minutos, más cortas si
estoy en agua”. Era tiempo de avisar a mi hermana, casi a las cinco, para que
fuera a casa de mis papás a cuidar a Merce mientras mi mamá venía conmigo.
Seguí con contracciones, cada vez más intensas, y Ruy me ayudó a relajar
presionando la zona lumbar. Sentí que perdía un poco el control al no conseguir
localizar a Gloria, así que llamamos a Mireille. Estaba atendiendo otro parto y
me preguntó si ya había llamado a la nueva casa de Gloria. “Ah, ¿se mudó?”.
Nunca nos aseguramos de tener el número correcto, no sabíamos que se había
mudado. Soy una despistada. En los papeles del curso venía el teléfono
correcto. Ruy lo buscó, la llamamos y la encontramos al fin a las 6:15 de la
mañana. Qué alivio.
Eran casi las siete cuando me metí a la tina
otra vez. No aguantaba la intensidad de las contracciones, no estaba
concentrada. Puse el agua de lo más caliente y me acosté. Me di cuenta de que
me estaba asustando un poco. “No voy a tener miedo, no, ya pasé por esto, yo
quiero esto”, me dije. Rodrigo estaba organizando cosas, acercando mesas, pero
le pedí que no se alejara, que se sentara a acompañarme. Invoqué en voz alta a
la fuerza milenaria de todas las mujeres que han parido, la fuerza de toda la
humanidad: “Soy y me siento parte de esa fuerza, esto es lo que yo elegí, así
lo quiero, claro que puedo”.
Entonces llegó mi mamá. Rodrigo continuó con la
organización (quitó un buró, revisó la lámpara de emergencia) mientras mi mamá
me acompañaba. Revisé las contracciones, cada cinco a siete minutos. El agua
caliente me relajó, pero después de un buen rato me empecé a sofocar. Salí
bruscamente de la tina, fastidiada por el calor. Traté de secarme, pero vino
una contracción muy fuerte: “Rodrigo, corre, ven a apoyarme, presión”. Me puse
mi bata pero ya no logré secarme. Mi mamá trató de ayudarme. Sentí que sudaba
frío, que no lograba secarme ni caminar ni concentrarme, ¡qué tremenda
intensidad la de estas contracciones! Mi cama está a dos o tres metros de mi
baño, y tardé como 20 minutos en llegar hasta ella, pues cada paso traía
consigo una gran contracción.
Llamé a Ruy, lo abracé y me colgué un poco en
sus brazos mientras él me presionaba la espalda y aliviaba la fuerza de la
contracción. Me sentí bien y segura, cuidada, pero qué cosa tan avasalladora.
Rodrigo se fue a acomodar la cámara. En un punto sentí ya las ganas de pujar,
así que pedí que llamaran nuevamente a Gloria. Ya estaba muy cerca de la casa.
Me sentí aliviada, pues no quería sentir el pujo hasta no saber que ya era
hora, hasta que ella me revisara. Sé mucho sobre el parto, y sé que, si aún no
es tiempo, pujar podría hacernos daño.
Finalmente llegué a la cama que mi mamá y Ruy
prepararon, me subí en cuatro puntos y pensé “ya no me voy a mover”. Así me
encontraron Gloria, Lluvia -su hija ayudante- y Luna, la pediatra (ya sé… ¡qué
combinación de nombres!). Las escuché correr, acomodar todo, pero no veía nada,
estaba ya muy concentrada. De pronto vino una ola tremenda de contracción,
apenas alcancé a avisar: “Gloria, ¡pujar!”, y ella vino y me revisó. Ya estaba
completa la dilatación, la bebé aún arriba, pero no faltaba mucho.
Con la contracción del tacto se rompieron
membranas. Yo, algo cansada ya, al oír que la bebé estaba un poco arriba no lo
dudé ni un segundo. Decidí bajar al piso en cuclillas, como cuando nació
Mercedes. No le di tiempo a nadie de nada. Es que mi cuerpo no me daba tiempo
ya a mí. Rápido pasaron la silla para Rodrigo. Lo apresuré, no logró ni
acomodar la cámara, y me acomodé en un segundo. Sentí que el cuerpo trabajaba
para sacar a mi hija. Le pregunté a Gloria qué hacer y ella me dijo que no
pujara, que sólo guardara la respiración durante cada contracción.
Sentí entonces la contracción poderosa que bajó
su cabecita y escuché a Gloria decir: “Ya está ahí coronando”. Inmediatamente
después llegó la siguiente contracción, que sacó su cabeza completa. Hasta la
doctora pareció sorprendida, fue muy rápido y la cabeza ya estaba fuera, y no
nos acabamos de dar cuenta cuando mi cuerpo sacó el cuerpecito entero de mi
Matilde. ¡Qué placer, qué gozo! La tomó Gloria y se acercó la pediatra para
secarla mientras yo la tenía en mis brazos. Me inundé de satisfacción, de
logro, de amor loco, ¡qué ganas tenía ya de conocerte, Matilde! Escuché a mi
mamá y a Rodrigo llorar suavemente de alegría.
Luna estaba secándola, pero pensé: “Es mi niña,
yo soy su madre, no tengo miedo y quiero hacerlo yo”. Le pedí la toalla. Sequé
a mi hija, la limpié de líquido y de sangre, la calenté en mis brazos y la puse
en mi pecho. Sentí que succionaba fuerte, una guerrerita poderosa que acababa
de nacer. Nos quedamos unos minutos deliciosos así, y ya que sentimos un poco
de frío, la vistieron y le dieron los cuidados de recién nacido. Gloria nos
mostró el cordón umbilical vacío, ya habían pasado a mi hija las células que
tanto bien le hicieron, ya Rodrigo podía cortarlo. Escuché, mientras en una
contracción última salía la placenta, la boquita de Matilde chupando sus
propias manos; un ruido fuerte, presente, y supe que esta niña ya era.
Un mini desgarro, claro. Me avisó mi mamá que mi
hermana ya había llegado con Mercedes y mi papá, pero no quise que entraran
mientras me suturaban. Después de unos minutos no lo vi tan grave. Mercedes estaba
preparada para presenciar el parto. Hablé por teléfono con ella y le dije que
si recordaba que Matilde vendría pasando Navidad. “Pues adivina qué, ¡se
adelantó la traviesita para darnos una sorpresa!”.
Mercedes entró en pijama a nuestro cuarto, con esos
ojos de lucero miró a su hermana, sonrisa toda, y la besó de una manera tan
espontánea, tan sincera. Luego miró curiosa lo que me hacían, le expliqué lo
que pasaba, y no podía dejar de besar a su hermana, quien no podía dejar de
tomar pecho, confiada en la sabiduría del cuerpo de su mamá.
¿Qué otra experiencia podría estar más
llena de amor?
Testimonio recogido por Paulina Santibañez. Escrito por Mara Montes Margalli.
Publicado el 11 de febrero de 2013