En la historia reciente del siglo XX, se hablará de antes de
Leboyer y después de Leboyer. Aunque ha habido algunos notables predecesores,
Leboyer fue el primer médico, jefe de servicio hospitalario, que se interrogó
sobre el traumatismo del nacimiento y las condiciones en que éste se practicaba
en los hospitales modernos del mundo llamado “desarrollado”.
En su investigación personal, decidió a renunciar voluntariamente
a sus funciones y a sus títulos para consagrarse a escribir libros, a hacer
vídeos y propagar la idea de que es posible otro nacimiento que sobrepasa la
limitada dimensión médica.
P: Pregunta.
R: Respuesta.
P: El nacimiento me parece el ejemplo tipo de suceso único
en el tiempo, de un hecho absolutamente no reproductible. ¿Algo que desafía la
aproximación científica?
R: Ciertamente. Cada instante es nuevo, cada nacimiento es
distinto. Quererlo abordar científicamente es un error. Como la ciencia solo se
interesa por los hechos reproductibles, está por su esencia misma alejada de la
verdad. Sólo es posible aproximarse a la verdad mediante símbolos, parábolas,
ya sean cristianas o de las otras mitologías, incluso las que empleaba Freud.
Cuando la aproximación científica no funciona, desgraciadamente, pensamos que
hacen falta más conocimientos, más investigaciones, más créditos y que entonces
sabremos. Hay que tomar otro camino, otra actitud, otra perspectiva. Hay que
considerar que la ciencia sólo es verdad entre ciertos límites. Más allá, ¿qué
somos? Lo ignoramos. Pero vivimos aún en esta ilusión del siglo XVIII y XIX que
pretende que la ciencia podría finalmente explicarnos todo.
El nacimiento es un cambio de nivel. Y es por ello que hay
que dejar de verlo como un problema médico, biológico, fisiológico. No hay que
mirarlo con nuestros ojos de médicos, ni de seres humanos. Es otro lenguaje,
otra dimensión, como la muerte. El nacimiento es una intersección de la
duración, una entrada en el tiempo cotidiano, ordinario.
P: ¿Dónde empieza y dónde acaba?
R: Es el problema del tiempo. ¿Dónde comienza el tiempo?
Entreveo cada vez más, sin entenderlo completamente, que
todo lo que he escrito sobre el nacimiento se aplica de hecho también a la muerte.
Es la muerte que estoy intentando contar, comprender, adivinar. No es un
paralelismo lo que veo entre ellas ni una simetría, sino otra cosa.
Pienso que este miedo intenso del nacimiento, que es a la
vez el que vive la madre y el que vive el bebé, tal vez es el miedo de su
muerte precedente.
El miedo es el problema central. Y en cada uno de nosotros
existe un agujero negro, una zona en la cual no queremos ir de ningún modo.
Ignoramos su existencia; hasta tal punto es aterradora. Pero hay que aproximarse
a ella suavemente, con persistencia.
P: ¿Cómo hacer para desembarazarnos de esto?
R: La única forma de liberarnos es tener miedo. Pero,
habitualmente, tenemos miedo de tener miedo. Hay que aceptarlo e ir a ver.
Alguien puede ayudar por su presencia, su tranquilidad interior, puede ayudar a
daros el coraje para entrar en los miedos. Es muy peligroso y no creo que esto
se pueda hacer en un seminario que dura de 2 a 3 días. Hay que vivir
completamente cerca de un maestro que se volverá vuestro padre y vuestra madre,
que está ahí, noche y día, y que nunca os dejará solos, pero de hecho estáis
completamente solos, puesto que en el fondo la muerte es la soledad. Pocas
personas tienen la capacidad, la fuerza, la disponibilidad, el amor y la
motivación interior para asumir una responsabilidad tan importante. Hay que
tener cuidado de a quién nos dirigimos.
P: ¿Nos falta un poco de discernimiento?
R: Todos tenemos una falta de discernimiento. Si pudiéramos
juzgar a las personas que pueden ser capaces de ayudarnos a este nivel, ya no
los necesitaríamos. Tenemos derecho a equivocarnos, pero esta equivocación
puede ser peligrosa.
El hombre también tiene miedo aunque no lo sepa siquiera.
Sus miedos son tan fuertes, tan profundos, tan escondidos en el fondo del subconsciente
que tenemos miedo de confesárnoslos. Es preciso hacerlo. Observé que tras mis
conferencias y las proyecciones de mis películas, siempre son los hombres los
que plantean las preguntas. Lo esencial de la angustia vivida durante el
embarazo es angustia del hombre que la mujer absorbe inconscientemente. Esta
angustia es mucho mayor en el hombre que en la mujer porque la vida pasa a
través de la mujer y no a través del hombre. Los hombres nunca conocerán esto,
y esto es algo para ellos inadmisible, inaceptable. Es lo desconocido absoluto,
un misterio incomprensible, un terreno en el cual nunca podrán aventurarse. Su
mente lo interpreta completamente diferente de lo que lo hace la mujer.
P: Si la mujer es receptiva a la angustia del hombre, éste
tiene pues un gran papel que jugar desde el nacimiento y antes, en la
preparación para colocar en el mundo a un niño.
R: Habría incluso que decir que la mujer debería protegerse
de su hombre... ¡No!. Si se protege de él, se corta de él y no debe hacerlo. A
partir del momento en que se encuentra fuerte, a partir del momento en el que
ha ampliado sus raíces o toca su fuente, puede percibir de forma diferente la
angustia de su marido, que es la angustia de su infancia y de su nacimiento.
Puede suavemente atraerla, pacificarla, calmarla, liberarla. Una mujer es a la
vez la hija, la hermana, la madre de su marido y, mucho más aún, un baile en el
cual los papeles, las polaridades cambian, se invierten. Por el hecho mismo de
que esta angustia sea aceptada, mientras que había sido negada por la madre del
marido, desaparece.
P: ¿Cómo puede intervenir el padre en la relación
madre-feto?. Pienso que debe ser con mucho amor, con una gran aceptación del
uno y del otro. Debería dejar que las cosas sucedieran, incluso si no comprende
siempre lo que sucede.
R: Es decir, que debería desaparecer y esto es lo que le
aterroriza. El hombre siente que su mujer ya no está ahí completamente con él.
De pronto, aparece un intruso en su pareja. Tiene la impresión de perder a su
mujer, de ser engañado o relegado.
El hombre debería aceptar porque no tiene otra opción.
Debería tener la sabiduría de dejar que su mujer se fuera con ese amante
perfecto, absoluto, que se encuentra en su vientre.
Una amiga que tuvo dos hijos me dijo estas palabras maravillosas:
“cuando una mujer espera un bebé, a partir de un cierto momento, entra en un
estado extraordinario, ya no espera nada, está llena”. En la vida, esperamos
siempre algo, un libro, una película, un amante, un hijo... Ella había salido
de la duración, en la medida en que estaba completa. Este estado de plenitud
donde por fin no esperamos nada porque nada falta es indescriptible...
P: Sin duda nos acercamos a la experiencia mística...
R: Exactamente. Los hombres intentan revivir lo que le
sucede naturalmente a la mujer. No pueden lograrlo más que volviendo a su
propio nacimiento puesto que ellos mismos no pueden dar a luz. Todos los
caminos iniciáticos son retornos al seno de la madre para revivir este estado
de fusión total.
P: Para que la mujer pueda vivir plenamente esta dimensión
¿no sería preciso que parte de estas preocupaciones terrestres de orden
psicológico o médico puedan ser olvidadas o apartadas?
R: No. Cuando estáis enamorados, ¿acaso os ocupáis de
vuestra fisiología? No necesitáis nada, nada os afecta. Muchas mujeres que he
encontrado han vivido así su embarazo a partir del quinto o sexto mes. Estaban
en un estado de gracia.
P: ¿Eran fortalezas?
R: Sí, nada podía afectarlas, nada podía sucederles. El
marido tiene dificultades para soportar estos embarazos bendecidos,
maravillosos. No soporta no poder seguir a su mujer, no poder vivir lo que ella
vive. Entonces, si no llega a integrarlo o a comprender su angustia, busca
poner en práctica todo el arsenal de lo racional –la genética, la higiene, la
asepsia, etc...– para luchar contra ella. Todos estamos ahí. Comprender y
comenzar a entrever qué mecanismos se encuentran detrás de esta angustia ayuda
a liberarnos de ella.
P: ¿Qué sucede en la conciencia de una mujer en el momento
del parto?
R: La mujer que ha tocado las profundidades de sí misma deja
de estar limitada en su cuerpo durante el parto. De golpe se vuelve una, con la
Madre Divina, es decir, con la vida, con la tierra. Percibe que algo sucede a
través de ella. El miedo de la gran experiencia iniciática donde de golpe se
caen los nudos del pequeño yo mental. Esta fantástica ampliación del campo de
conciencia da tanto miedo que la mujer se defiende de ello desesperadamente. Se
agarra a cualquier cosa. Está ahogándose y entonces es preciso que una persona
que ya haya vivido esto, que ya se haya ahogado, tenga el coraje de decirle
“ahógate”, que la deje ahogarse, morir. Pero a menudo se muere ante nuestros
ojos: he visto a mujeres volverse blancas, verdes, tener sudores fríos, su cara
se hundía como la de una agonizante. Han pasado por la muerte, después han
vuelto a la vida.
P: Debe ser extremadamente difícil no hacer nada en estos
casos.
R: Muy difícil, imposible incluso, en la medida en la que no
habéis revivido y sobrepasado vosotros mismos esta angustia. Es por eso por lo
que los médicos tienen pánico. Porque nunca han rozado estas cosas y se cierran
en cuanto afloran. Entonces hacen una perfusión, hacen cualquier cosa, se
agarran a la técnica para no revivir sus propias angustias del nacimiento. La
acción desanuda siempre la angustia. En el fondo, el que asiste a un nacimiento
difícil o peligroso, durante el cual se aproxima desde muy cerca de la muerte,
comienza a ver surgir su propia angustia ante la muerte y dice: “Señora, su niño
está en peligro” y hace algo para aliviar su propia angustia.
Pero cuando una mujer vive esta experiencia hasta el final,
¡qué transformación!. Una amiga que la vivió en su tercer hijo me dijo después,
que este niño era verdaderamente su primer parto, que lo había vivido de cabo a
rabo porque había descendido al fondo del abismo y había remontado. Su vida se
transformó después completamente.
P: ¿La tecnología moderna no es peligrosa? o ¿no aporta un
peligro suplementario en la medida en que encuentra siempre nuevas astucias
para evitar afrontar esta angustia?.
R: Absolutamente. Hay que aceptar esta dimensión de la
angustia y de la muerte. Cuanto más se le da la espalda, más presente está.
Estar vivo es aceptar la muerte que es siempre posible. Negarla a cualquier
precio nos conduce directamente al “mejor de los mundos”. Creemos que es la
falta de hospitales, de dinero, de monitorización, lo que impide alcanzar el 0%
de mortalidad. Pero es una ilusión creer que podríamos llegar a ello. No quiero
con esto decir que deberíamos ser fatalistas. El hacer o el no hacer es
difícil. Lo que no impide que el médico juegue su papel: no debe dejar morir a
sus pacientes. Pero debe aceptar también esta dimensión del fracaso y hacer que
la gente la comprenda.
P: ¿A partir de qué momento el niño está vivo? La respuesta
a esta pregunta parece condicionar la actitud que se toma con relación a él.
R: ¿A qué llamáis vivo? ¿Físicamente vivo? Entonces está
vivo desde la concepción, desde el instante en que el espermatozoide entra en
el óvulo, donde se produce la mitosis. Todo esto está vivo, se mueve, se
transforma.
P: No hay discontinuidad de la vida en la división celular,
ya sea en una bacteria o en un ser humano, pero hay un momento donde aparece la
conciencia.
R: Tengo que ser honrado en esto y os responderé que no sé
nada, puesto que no deberíamos responder más que en el nombre de nuestra
experiencia personal. Dicho esto, parece que habría una conciencia antes
incluso de la concepción, pero no sé nada de a qué podemos ligarla
materialmente.
P: Tal vez existe, pero no se encarna más que en un cierto
momento.
R: Lo ignoro. Es muy peligroso abordar este tema con el
lenguaje hasta el punto de que Buda mismo se negaba a responder. Debo
contentarme con citar anécdotas que nos aproximan un poco a la comprensión del
buen nacimiento que he intentado describir.
Tomemos las cosas al revés. ¿Qué sucede después del
nacimiento? Vemos que para el niño, el hecho de nacer es hasta tal punto
intolerable que se niega a nacer de todas las formas posibles. Lo niega con su
cuerpo, cierra los puños, los ojos. No está ahí. Simbólicamente sigue siendo un
feto. ¿Cómo vencer su miedo al mundo? El miedo desaparece desde el momento en
que se pueden encontrar referencias. El miedo absoluto es lo desconocido
absoluto, de ahí la importancia del baño. Reencontrando este elemento acuático,
el niño vuelve a revivir una percepción ya conocida y familiar. Pero hay que
hacerlo entrar en el baño extremadamente lentamente, empezando por los pies,
hacerle revivir su nacimiento a la inversa. El gesto, la respiración, deben ser
continuos. El niño entra en el agua, retorna al seno materno. Es a la vez
nacido y no nacido. No nacido puesto que está de nuevo en esa relajación
absoluta y nacido puesto que ya no está en el útero. Entonces, empiezo a
masajearlo muy suavemente y se ve que empieza a mirar. No se contenta con abrir
los ojos, mira. De la misma forma, se puede uno preguntar sobre cuando el niño
está ahí durante el embarazo. Una mujer sensible que ha hecho un cierto trabajo
sobre sí misma lo percibe. Os citaré el maravilloso testimonio de Francoise
Dolto. Cuando esperaba a su primer niño, un día, al remontar la calle se
encontró de pronto persuadida de que alguien la seguía, pero no había nadie.
Siguió andando y después de unos minutos tuvo la misma impresión, se volvió y
no encontró a nadie. Al cabo de 4 ó 5 veces de tener esa sensación, comprendió
que era su niño. Estaba aproximadamente en su sexto mes de embarazo. A partir
de este momento supo que alguien estaba ahí.
Desgraciadamente, es poco frecuente que las mujeres sean tan
conscientes de lo que sucede durante su embarazo. En la escuela les han hecho
cultivar el cerebro izquierdo únicamente y han sido cortadas de esta dimensión
no ya instintiva, sino intuitiva.
P: Pero ¿a parte de estos casos excepcionales...?
R: En general, hacia el quinto mes, la mujer siente que el
niño está vivo. Se mueve, da golpes con los pies, posee un hígado, un cerebro,
etc., pero no está ahí de la misma forma. Las diferentes tradiciones religiosas
colocan la entrada del alma en el cuerpo del niño en edades diferentes...
En el fondo, el momento en el que el niño nace es cuando la
mujer lo siente, no físicamente por sus movimientos, sino cuando percibe su
presencia. A partir de este momento, debería darle como mínimo un ¼ o ½ hora de
escucha todos los días. Aconsejo a las mujeres embarazadas encerrarse en una
habitación, solas, y decir a su hijo: “estoy aquí, ahora, te escucho”. Si no se
hace, no lo escuchará jamás.
P: Nacer es nacer al mundo, es estar en el mundo. En tanto
en cuanto el niño no lo ha reconocido o no ha aceptado el mundo ¿ha nacido
realmente?.
R: No lo sé. Pero podemos decir que cuando el niño ha
aceptado su nacimiento está aquí. Antes está vivo. Ha salido de su madre pero
no está aquí. Para hacerle aceptar su nacimiento hace falta mucho amor,
desinteresado, amor neutro que no pide nada.
P: ¿Se termina el nacimiento?
R: ¿De qué nacimiento hablamos? Hay el nacimiento de un
niño, es decir, su venida al mundo. Una mujer pare un bebé que sale de ella.
Pero también hay el nacimiento, el renacimiento personal.
Alfredo Embid
Publicado en la Revista Asociación Medicinas Complementarias nº 71
www.amcmh.org
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