¿Existe el insomnio infantil? El sueño infantil en las culturas.
McKenna empezó a hacerse
preguntas sobre el sueño del infante humano. ¿Por qué debía Jeff dormir solo,
si dormía mejor con uno de sus padres? ¿Algún bebé humano está diseñado por la
evolución para dormir solo? ¿Cómo duerme la mayoría de los bebés del mundo? ¿Y
cuáles son las consecuencias de dormir solo y de dormir acompañado?
Jenny Calhoun, de dos meses de
edad, duerme en el hueco del brazo materno; cada vez que se mueve en sueños,
diez finos cables pegados a su cara y a su cabeza calva ondulan hacia todos
lados, dándole el aspecto de una medusa bebé. Su madre, Amy Calhoun, abre los
ojos soñolientos en el cuarto apenas iluminado, fijando una mirada inexpresiva
en la diminuta cara que tiene a pocos centímetros. Los cables pegados a su
cabeza se bambolean hacia la bebé, en tanto ella estira una mano inconsciente
para dar a Jenny unas palmaditas tranquilizadoras.
Luego Amy acomoda la manta de la
pequeña y ambas vuelven a hundirse en un sueño más profundo. Dos cuartos más
allá, el antropólogo James McKenna contempla las doce agujas del polígrafo, que
saltan en tándem cuando Jenny y Amy se mueven, cambian el plano de sueño y se
dejan llevar. Los trazos del polígrafo representan lo que McKenna ve en la
pantalla del monitor; las agujas brincan en respuesta a una emisión eléctrica,
marcando líneas desiguales en un rollo de papel. Hasta un novato puede ver que
las líneas de la madre y las de la bebé hacen un dibujo similar.
Los patrones de la actividad
cerebral, el ritmo cardiaco, el movimiento muscular y la respiración son
similares porque las dos experimentan una excitación mutua; juntas, ascienden,
cruzan y descienden por varios planos de sueño. En la cara de McKenna se
insinúa una sonrisa de duende: ha visto muchas veces ese patrón, pero nunca
deja de divertirlo comprobar que la naturaleza utilice tan claramente el
vínculo madre-bebé, aún en sueños. Este trabajo, junto con sus estudios previos
sobre la conducta de los primates, lo ha convencido de que la mayoría de
nuestras ideas sobre el sueño infantil son una construcción cultural, en
peligroso desacuerdo con las necesidades biológicas y emocionales de los bebés.
"Si tienes un bebé -dice McKenna cuando se le presenta la oportunidad-
duerme con él."
En 1978, Jim McKenna y su esposa
tuvieron un bebé, un varón llamado Jeffrey. El nacimiento de ese niño fue una
coyuntura crítica en la vida de McKenna, en más de un sentido. Hasta ese año era
conocido por sus trabajos sobre los monos langures, grandes monos grises de la
India, famosos por su estilo maternal laissez-faire: a menudo otros monos de la
tribu arrebatan al recién nacido de brazos de su madre para pasarlo de uno a
otro como si fuera un muñeco. Pero si McKenna estaba muy enterado sobre la
manera de criar de los monos, no lo estaba tanto en cuanto a cómo criar a su
propio hijo. Uno de los problemas era el sueño: como cualquier recién nacido,
Jeff se revolvía, alborotaba y no quería dormir cuando debía. McKenna no tardó
en descubrir que una manera de inducirlo al sueño era dormir con él. "Me
acostaba con él y respiraba como si estuviera dormido", recuerda McKenna,
18 años después. Y respira profundamente, bombeando el pecho ante mí como si
aún tuviera a su bebé arropado sobre él. "Noté que respondía muy bien a
estas claves respiratorias. Entonces me pregunté de qué me asombraba: lo que
tenía ante mí era un bebé de primate, nacido sin desarrollar, que la selección
había hecho sensible al contacto y al cuidado de sus padres."
Sobre la base de esas siestas con
su bebé, empujado por una mente antropológica que se dispara en todas
direcciones cuando inicia una empresa erudita, McKenna empezó a hacerse
preguntas sobre el sueño del infante humano. ¿Por qué debía Jeff dormir solo,
si dormía mejor con uno de sus padres? ¿Algún bebé humano está diseñado por la
evolución para dormir solo? ¿Cómo duerme la mayoría de los bebés del mundo? ¿Y
cuáles son las consecuencias de dormir solo y de dormir acompañado? Esta obra
se ha convertido en piedra fundamental de la etnopediatría; combina la historia
cultural, la etnografía y las medidas biológicas. Y se propone modificar
radicalmente la manera en que muchos crían a sus hijos.
Sueño infantil y cultura.
La gente pasa durmiendo una
tercera parte de su vida. Y no dormimos de cualquier manera. La cultura y la
costumbre, las tradiciones recibidas de las generaciones anteriores determinan
cómo dormimos, con quién y dónde. Durante la mayor parte de la historia humana,
niños y bebés durmieron con su madre o quizá con ambos padres. Nuestros remotos
antepasados vivían en pequeños grupos que subsistían cazando y recolectando;
cabe suponer que estas agrupaciones, en sus albergues temporarios, no tenían
dormitorios separados para padres e hijos. Hace sólo 200 años que algunas
culturas empezaron a construir viviendas con más de un cuarto; aún hoy es rara
esa intimidad para el descanso, como no sea en las sociedades más ricas. En la
actualidad, la mayoría de los habitantes del mundo vive aún en albergues de un
solo cuarto, donde se llevan a cabo todas las actividades, ya sea durante la
vigilia o mientras se duerme.
El antropólogo John Whiting
descubrió una simple asociación entre el clima y el hecho de que los niños
durmieran con los padres (entre otras conductas). Evaluando 136 sociedades de
las que tenía información, delineó cuatro clases de disposición típica para el
descanso hogareño: madre y padre en la misma cama, con el bebé en otro lecho;
madre y bebé juntos y el padre en otro lugar; todos los miembros de la familia
en camas separadas, y todos los miembros de la familia en una misma cama. Según
descubrió, el patrón predominante en todas las culturas era el de la madre
durmiendo con su hijo y el padre en otro lugar (50 por ciento de las 136
culturas). En otro 16 por ciento, el bebé dormía con los padres. Whiting
apuntaba que muchas de estas culturas eran poligámicas, de modo que el padre
variaba entre distintas casas y camas, mientras que la unidad estable era, en realidad,
la de cada madre con su hijo.
También descubrió una relación
con el clima frío. El hombre duerme con su mujer, como rutina, en los lugares
donde la temperatura invernal cae por debajo de los 10 grados centígrados
-presumiblemente, más por abrigo que por ningún otro motivo-, pero a menudo lo
hacen por separado cuando el clima es más cálido. Por otra parte, el sitio
donde duerme el bebé suele ajustarse a una situación climática diferente: por
lo general, lo hace con la madre en las zonas de clima cálido, pero en climas
más fríos, los bebés son envueltos en una manta sujetados a una tabla, para
reducir al mínimo la pérdida de calor. No obstante, estas culturas representan
una pequeña minoría de la población humana.
El sueño de los niños como modelo de vida.
Puesto que los padres controlan
dónde duerme cada uno, es su sabiduría popular la que dictamina las
disposiciones para dormir. Como he dicho antes, en aquellas culturas donde el
principal objetivo de los padres es integrar a los niños en la familia, el
hogar y la sociedad, se mantiene a los bebés al alcance de la mano, aún durante
la noche. Los bebés duermen solos primordialmente en aquellas sociedades
(principalmente en el Occidente industrializado y sobre todo en Estados
Unidos), en las que se da importancia a la independencia y a la confianza en
uno mismo. Subrayando este inconsciente objetivo social hay un supuesto aún más
fundamental, sostenido por los norteamericanos y algunos otros grupos: que la
manera de tratar a los niños desde el primer día tiene un efecto importante
sobre lo que harán cuando sean adultos. No todas las culturas comparten esta
filosofía. Los gusii, por ejemplo, consideran que la infancia es un período de
dependencia, durante el cual el objetivo no es modelar al bebé, sino mantenerlo
con vida. Creen que los padres deben esperar hasta la niñez para iniciar la
educación. Para los mayas, madre y bebé son una unidad inseparable; ellos creen
que los pequeños no están listos para la orientación hasta que aprenden a
hablar y a razonar. En esta cultura no se considera que los recién nacidos sean
susceptibles a la enseñanza, sino que sólo necesitan cuidados. En otras
palabras: el sueño puede adquirir un tono moral. Y la base de esa moralidad es
cultural, por supuesto.
Los padres norteamericanos creen
que es moralmente "correcto" para los infantes dormir solos,
aprendiendo así a ser independientes y autosuficientes. Que los padres duerman
con sus hijos les parece extraño, psicológicamente patológico y hasta
pecaminoso. Aquellas culturas en las que se duerme con el bebé piensan que la
práctica occidental de acostarlo aparte es amoral y constituye una forma de
descuido o irresponsabilidad de los padres. "En ambas culturas, los padres
están persuadidos de que su estructura moral es la "correcta".
La diferencia de actitud también
refleja la manera en que las diferentes culturas ven el sueño, en general. Los
mayas lo tratan como si fuera una actividad social, por lo que dormir sin
compañía les parece penoso, mientras que los norteamericanos lo consideran un
tiempo para la intimidad: el sacrificio es compartir la cama. Además,
distinguen claramente entre día y noche y la clase de actividades que se pueden
realizar en cada momento de día, mientras que a los Kung San les resulta muy
natural despertar en medio de la noche y pasar unas cuantas horas conversando
en torno de la fogata. En su cultura no existe el insomnio, porque nadie
pretende dormir toda la noche. En realidad, la investigación intercultural del
sueño ha demostrado que despertar por la noche es mucho menos frecuente en las
culturas occidentales que en otras.
Sin embargo, los padres
occidentales toman como mucho más problemáticos esos momentos de vigilia,
relativamente pocos, que suele tener un bebé durante la noche, en comparación con
otras sociedades donde el sueño infantil es mucho más ligero. Pero no es sólo
la industrialización o la modernidad lo que ha fomentado las noches de sueño
solitario e ininterrumpido. Como mencioné anteriormente, los niños japoneses
duermen con sus padres hasta la adolescencia. Aunque haya otros cuartos y otras
camas disponibles, se acuestan en futons en la habitación de sus padres. Los
japoneses ven en el niño a un organismo biológico aparte, que debe ser atraído
hacia una relación interdependiente con los padres y la sociedad, sobre todo
con la madre. Ellos prefieren no dormir solos, no pretenden -y probablemente no
conciban que a alguien pueda interesarle- dormir solos. Compartir la cama con
alguien que no sea la pareja también quita énfasis a la connotación sexual de
la noche y la cama que tanto impera en la sociedad norteamericana.
Para los japoneses, el concepto
de familia incluye compartir la noche; el modelo de familia tiende a orientarse
hacia la madre y los niños, con el padre afuera, a diferencia de la versión
norteamericana de la familia nuclear, con los padres como pareja sacrosanta y
los niños subordinados a esa relación primaria. Otras naciones industrializadas
han fijado patrones de expectativa en cuanto al sueño de los niños. Los holandeses,
según han descubierto Sara Harkness y Charles Super, expertos en desarrollo
infantil, piensan que es preciso regular estrictamente a los bebés, tanto en el
sueño como en todos los demás aspectos. También atribuyen los problemas de
sueño infantil a alguna interrupción en la rutina. Mientras los padres
norteamericanos se esfuerzan por hallar soluciones a corto plazo para que sus
hijos duerman toda la noche -paseos en coche, ruidosas aspiradoras, osos de
peluche que dejan oír el ritmo de un corazón-, a los niños holandeses se los
acuesta temprano, todas las noches a la misma hora, dejando que se adapten. Y
si se despiertan, tienen que entretenerse solos y levantarse cuando llegue la
hora.
Las madres holandesas mantienen
este plan regulado haciendo todos los días lo mismo. No corren de acá para allá
con sus hijos ni los llevan a pasear en coche. No creen en el estímulo y la
excitación constantes para desarrollar las facultades cognitivas de los bebés.
En cambio les ofrecen un ambiente estable, que permite pocas interrupciones y
alteraciones. Como los japoneses, tienden a tener una opinión consensuada sobre
la crianza. La regla de oro consiste en tener horarios regulares, para dormir y
para todo lo demás.
Meredith Small
Extractado de: Nuestros hijos y nosotros
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